El agua en México, en estado crítico

Las deficiencias en la gestión dejan sin acceso al suministro potable a nueve millones de mexicanos y suponen riesgos para la salud y el medio ambiente, alertan los especialistas

México tiene poco o nada que celebrar en el Día Mundial del Agua. Al menos nueve millones de mexicanos carecían de agua potable en 2015, según datos oficiales. El número de mantos acuíferos sobreexplotados se ha triplicado desde los años ochenta, afirman las autoridades. Los especialistas denuncian que la corrupción y el manejo discrecional de recursos han convertido grandes obras de infraestructura en elefantes blancos, mientras que la contaminación de los cuerpos hídricos ha creado serias complicaciones para la salud.
«Es una crisis que nos está matando y se actúa como si no importara», lamenta Elena Burns, del colectivo Agua para todxs. «A lo mejor no se oye el grito de la madre del bebé que murió de diarrea porque no tenía acceso a agua de calidad ni a la gente que se muere de cáncer por la presencia de arsénico en fuentes subterráneas ni oímos el daño que se está haciendo a los sistemas nerviosos de los niños de Iztapalapa [en la Ciudad de México] que toman agua con niveles dañinos de plomo… pero todo eso existe», agrega Burns.

Las complicaciones de México comienzan por la disponibilidad del líquido. Hay poco donde más se necesita y viceversa. «Se concentra en el sureste, en donde vive un 25% de la población, el resto es una zona semidesértica, catalogada como de baja disponibilidad de agua», señala Teresa Gutiérrez, directora del Fondo para la Comunicación y la Educación Ambiental. Cuando se le pide a Gutiérrez que mencione los puntos críticos de presión hídrica, saca un mapa en el que resalta el color rojo en todo el centro y el norte del territorio, las zonas que concentran las actividades productivas del país.

Cerca del 81% se utiliza en el sector agrícola (un 76,7%) e industrial (un 4,2%), según la Comisión Nacional del Agua (Conagua). Esa proporción es superior a la del resto del mundo (cerca de un 70%) y suele utilizarse una calidad que idealmente podría aprovecharse para uso humano primero y reutilizarse como agua de riego después.

«En México el tratamiento y el monitoreo del agua son muy deficientes, no consideramos ni virus ni parásitos, desde el punto de vista microbiológico no tenemos dominada la situación, los metales tampoco se monitorean de manera regular solo en casos de emergencia», explica Marisa Mazari, directora del posgrado de Ciencias de la Sostenibilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Debido a esto, las posibilidades de reutilizar el agua disminuyen y cuando se hace supone mayores riesgos a la salud. El reto crece al tiempo que la demanda aumenta.

«Todo lo que producimos tiene una dosis de líquido que no contemplamos, se calcula que vemos menos del 5% del agua que consumimos», agrega Gutiérrez. Esa agua virtual es clave en la sostenibilidad de la economía y puede vulnerarse en una espiral consumista. Se necesitan, por ejemplo, 10.000 litros para producir un par de jeans y hasta 15.000 litros para un kilo de carne de res, según la Water Footprint Network.

El resto de los recursos hídricos se administra para dar abasto a las ciudades, en las que viven más de 68 millones de personas. «En 50 años se duplicó la población y la migración campo-ciudad multiplicó seis veces la demanda por habitante», explica Gutiérrez. Para cubrir esa necesidad sin afectar el medio ambiente la gestión eficiente es crucial, pero las expertas consultadas advierten de que el manejo es deficiente. Gutiérrez critica que el modelo se base solo en parámetros político-administrativos, sin considerar aspectos tan básicos como el ciclo del agua.

Burns va más allá y afirma que está «atravesado por la corrupción» y que es «autoritario, opaco y discrecional». «Los grandes intereses determinan quién tiene agua y quién tiene derecho a contaminar sin que nadie diga nada», reclama al añadir que más que como un bien común, el acceso al agua se ha visto como un rasgo de diferenciación social.

El cúmulo de problemas se refleja en la capital como en ningún otro sitio, con la dificultad añadida de abastecer a más de 20 millones de habitantes. Es el núcleo de un país federal, pero centralizado; tiene zonas, las más populares, con una densidad poblacional de más de 16.000 habitantes por kilómetro cuadrado; la mancha urbana crece; se sitúa en un altiplano a más de 2.240 metros sobre el nivel del mar, y está construida sobre una superficie lacustre.

La zona metropolitana de la megalópolis se hunde en arenas movedizas. Depende en un 70% de aguas subterráneas sobreexplotadas y cada vez más profundas (hasta 500 metros en el subsuelo); solo extrae un 1% de los 35 ríos que desembocaban en la ciudad y que están entubados o contaminados, y tiene que importar un 30% de su suministro de los sistemas Lerma y Cutzamala (este último está a más de 120 kilómetros de la capital).

Esto ha implicado grandes costos energéticos por bombear el recurso para que entre y salga de la cuenca, así como consecuencias para otras regiones tan lejanas como el golfo de México —que la provee— o la costa del Pacífico —que recibe las aguas residuales—. «Estamos dejando un caos para las generaciones que vienen, es bastante inconsciente no hacer nada ahora que todavía es posible plantear soluciones», sentencia Mazari.

Una reforma constitucional consagró en febrero de 2012 el acceso al agua como un derecho humano. Se estableció en un artículo transitorio que se debía crear una ley nacional para materializar esas garantías. No se ha aprobado ninguna iniciativa en cinco años. «Hacer un marco regulatorio para el agua es mucho más complejo y delicado que la reforma energética [que tardó casi 75 años en realizarse] porque no hay ningún sector que no la necesite», asegura Gutiérrez. «Es un empate técnico entre la visión de las autoridades y la de los grupos ciudadanos», añade Burns, una de las principales participantes en el debate.

Las especialistas esperan que se revierta la situación, pero reconocen que las acciones son urgentes. La participación de la ciudadanía es, en su opinión, fundamental para la fiscalización de las autoridades, el consumo responsable y el establecimiento de reglas de cómo y cuánta agua debe garantizarse en las 13 regiones hidrológico-administrativas. «Estamos expulsando 800 millones de metros cúbicos de agua pluvial cada año, esa cantidad es suficiente para asegurar 100 litros por persona cada día para los 20 millones de habitantes del Valle de México», expone Burns. «La solución está en nuestras manos, pero necesitamos mucho músculo como ciudadanos», concluye.

Fuente origen: http://internacional.elpais.com/internacional/2017/03/21/mexico/1490126560_685260.html

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