La crisis del agua de la Ciudad de México

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La crisis del agua de la Ciudad de México

La trayectoria de cada gota que pasa por la Ciudad de México expresa una historia heroica, trágica, inacabada, de crecimiento urbano y desarrollo humano. A lo largo de una semana, The Guardian siguió esta trayectoria

by in Mexico City

Cuando una tormenta se abate sobre la Ciudad de México, la lluvia no sólo cae, sino que insiste. Comienza a media tarde como un ligero golpeteo sobre ventanas y parabrisas, después arrecia con una precipitación vespertina que convierte los salpicones en charcos, hasta que finalmente –mediante un clímax nocturno de truenos y relámpagos que caen desde los distantes volcanes– el aluvión borbotea por el desagüe y las hondonadas, hasta convertir el goteo sobre los riachuelos en torrentes bajo los túneles. Las inundaciones sirven para recordar el orden natural de las cosas: el agua es oriunda de aquí.

Este hecho geológico, histórico, es una de las razones por las que los aztecas construyeron aquí, hace 700 años, una ciudad de jardines flotantes que llegó a ser conocida como “La Venecia del nuevo mundo”. Sin embargo, los grandes lagos que alguna vez ocuparon la llanura fueron gradualmente secados por los pobladores. En el siglo XVI, los conquistadores españoles aceleraron el proceso a pasos agigantados, y los ingenieros modernos casi han finalizado la labor, al reemplazar las ciénagas lacustres con un océano gris de concreto, pavimento y acero que, tan sólo en el cuadrante central de la ciudad, hoy acoge a casi nueve millones de habitantes.

Como resultado, el abastecimiento de agua para ser bebida, para lavar, cocinar y limpiar debe ser bombeado de manera subterránea por cientos de metros, o desde una distancia superior a los 100 kilómetros. Proveer los miles de millones de litros que requiere esta megalópolis – situada a 2,400 metros por encima del nivel del mar– es una de las grandes hazañas mundiales de ingeniería hidráulica. Si el dominio sobre el agua es un parámetro civilizatorio, entonces ciertamente la Ciudad de México es uno de los más espectaculares logros de la humanidad.

Al mismo tiempo, desde el punto de vista de la sustentabilidad y de la equidad social, se trata también de uno de sus más absurdos fracasos. Desechar un recurso que cae libre del cielo, para reemplazarlo por exactamente la misma H2O traída desde lejos es caro, ineficiente, un derroche de energía y en última instancia inadecuado para las necesidades de la población. También produce una paradoja: a pesar de que la Ciudad de México tiene más días lluviosos que Londres, sufre de una escasez comparable con la de un desierto, lo que hace que el precio de cada litro de agua sea de los más elevados del mundo, a pesar de que su calidad a menudo sea baja.

Los crecientes costos – sociales, económicos, sanitarios y medioambientales – son una fuente de estrés y conflicto. Los líderes políticos y las grandes corporaciones impulsan proyectos de ingeniería hidráulica aún más voluminosos, que son rechazados por los conservacionistas y por grupos indígenas. El Congreso y las ONGs se enfrentan en cuanto a la posible privatización del agua. Entretanto, la escasez y las inundaciones crean tensiones sociales en el Distrito Federal y en los estados aledaños.

A nivel mundial, el agua es más valiosa, y se le pone mayor atención, que nunca antes. Jamás ha existido una mayor necesidad por encontrar nuevas formas de abordar el problema. Existen pocos lugares que demuestren lo anterior con mayor claridad que la Ciudad de México, donde este vital elemento corre por un sistema que cada día se vuelve más largo, complejo y rebasado. Desde su fuente original hasta llegar al desagüe, la trayectoria de cada gota expresa una historia heroica, trágica, inacabada, de crecimiento urbano y desarrollo humano. A lo largo de una semana, The Guardian siguió esta trayectoria, revelando los triunfos del pasado, las batallas actuales, y la crisis que se avista en el futuro.

Nos ponemos en marcha antes del amanecer rumbo al Sistema Cutzamala, la mayor fuente de agua para la Ciudad de México. Se encuentra ubicada a 120 kilómetros del Distrito Federal, por lo que conducimos a través de la mancha urbana durante horas hasta que la penumbra matinal comienza a ceder, y de pronto nos adentramos en un valle verde, plagado de girasoles rosados y púrpuras, laderas pastosas y bosques de abetos.

Es la tierra de los mazahuas, una de las 62 principales etnias de México. Desde la llegada de los primeros españoles, los mazahuas han sufrido la constante erosión de su territorio y sus recursos naturales, al principio en nombre de la “civilización”, ahora en el del “desarrollo”. Actualmente, esto implica que se les fuerza a compartir sus ríos, arroyos y manantiales con una de las ciudades más sedientas del mundo.

La primera presa – Villa Victoria – fue construida en 1962 como una planta de energía hidroeléctrica, pero aproximadamente una década después cambió su papel, cuando los planeadores urbanos se dieron cuenta de que el agua era más valiosa que la electricidad. Hoy en día, la electricidad generada por la presa se utiliza para bombear un pequeño lago todos los días desde el nivel del mar hasta una altitud de 1,100 metros, superior al punto más elevado de toda Inglaterra.

Se trata de una operación tanto militar como energética. Subrayando la importancia estratégica, hay una base militar dispuesta a un costado de la planta de tratamiento de agua y estación de bombeo en Cutzamala, llamada Los Berros, que se encuentra rodeada por altos muros, alambre de púas y guardias apostados. El propietario – la Comisión Nacional del Agua (Conagua)– nos niega el permiso para realizar una visita, a pesar de varias solicitudes por adelantado.

En vez de ello, los mazahuas nos guían alrededor del perímetro, y después nos llevan en auto a lo largo del canal que lleva el agua de la reserva Victoria a la planta de purificación. Se encuentra rodeada en su mayoría por bloques de concreto, pero existen algunas brechas. En algún punto, una cisterna sin marcas reconocibles es llenada.

“Nos sentimos invadidos,” dice Manuel Araujo, un miembro del grupo indigenista Frente Mazahua. “Antes vivíamos rodeados por la naturaleza, ahora estamos rodeados por torres de alta tensión y alambre de púas.”

Lilia Crisostomo Maldonado del Ejército Zapatista de Mujeres Mazahua para la Defensa del Agua.
Lilia Crisostomo Maldonado del Ejército Zapatista de Mujeres Mazahua para la Defensa del Agua.

Photograph: Sean Smith for the Guardian
Los mazahuas se encuentran en pie de lucha. Recientemente, varias decenas de mazahuas ocuparon el sitio de la planta de cloración durante 15 días para demandar que cada hogar de la comunidad reciba agua potable. Entre los ocupantes se encontraba Ofelia Lorenzo, quien recibe agua sólo un día a la semana por una delgada manguera que corre subterránea hasta emerger en su jardín. Los demás días se ve obligada a llevar una cubeta hasta un riachuelo situado más abajo, en el valle, para poder bañarse y lavar su ropa. “Me molesta que se llevan el agua de aquí y no obtengo nada a cambio. Ni siquiera hay suficiente agua para mi casa,”dice.

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Lorenzo es miembro del Ejército Zapatista de Mujeres Mazahua para la Defensa del Agua, que encabeza las protestas públicas de su comunidad. Se visten con trajes tradicionales y posan con pistolas falsas, y su objetivo principal es crear conciencia en la Ciudad de México acerca de los problemas que enfrentan las comunidades ubicadas cerca de la fuente primordial del agua: “Nos dimos cuenta de que el gobierno no hacía mucho caso a los hombres, así que decidimos unirnos a la lucha,”dice. “Me uní al grupo en 2003 porque nuestros ríos estaban siendo fuertemente dañados. Nuestras cosechas se han visto afectadas. Ya no hay tantos peces como antes. Debido a que tomaron el agua subterránea, la tierra está seca. Es por culpa del Sistema Cutzamala. Ahora le pedimos al gobierno que nos pague lo que hemos perdido. No estamos peleando, sólo defendemos nuestros derechos.”

El agua y la tierra se encuentran dentro de las preocupaciones principales de los indígenas en México, y no solamente en Cutzamala. El Movimiento Zapatista, que se levantó en armas contra el Estado mexicano en 1994, también se ha unido a varias campañas de “Defensa del agua”, incluidas protestas en el municipio de Xoxocotla, en el estado de Morelos, así como de los yaquis y los o’odham en Sonora.

Han obtenido concesiones. En Cutzamala, el gobierno ha construido para los mazahuas un centro comunitario, granjas pesqueras, pavimentado carreteras y provisto de agua potable en pipas a algunos hogares. Pero los líderes aún consideran que esto es insuficiente, pues nuevas tierras se encuentran amenazadas.

Leer completo en: http://www.theguardian.com/cities/2015/nov/12/la-crisis-del-agua-de-la-ciudad-de-mexico

 

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